miércoles, 18 de abril de 2012

Tristán e Isolda

Tristán, "el nacido de las tristezas", era el hijo Rivalén, señor de Lyonesse (fallecido en la guerra contra el duque Morgan, quien después conquistó Lyonesse), y de Blancaflor, hermana del rey Mark de Cornualles. Para ocultar su identidad, fue criado por Kurvenal, con quien aprendió a ser un guerrero, además de caballero y músico, y no sabía quienes eran sus verdaderos padres. Un día, unos mercaderes con los que estaba jugando al ajedrez pensaron, por los modales del joven, que vendría de una familia de importancia y lo raptaron. Se lo llevaron por mar, pero una terrible tempestad se desató contra su barco, poniéndolos a todos en peligro. Los captores juraron que, si amainaba, liberarían a Tristán. Como si de un milagro se tratase, la tormenta se disolvió y dejaron a Tristán en Cornualles, un lugar que le era completamente desconocido.
Tristán en Tintagel
En el castillo de Tintagel, fue presentado al rey Mark, quien, fascinado por la belleza y las habilidades de Tristán, lo invitó a instalarse en su corte. Allí permaneció Tristán, rodeado de afecto, durante tres años, pero acabó sintiendo nostalgia por Lyonesse, su tierra. Junto al rey Mark lo encontró Kurvenal, y descubrió la identidad de sus padres: Tristán era el hijo de la hermana del monarca, Blancaflor. Tristán juró entonces que vengaría a sus padres y recuperaría las tierras que les habían sido arrebatadas. 
Retó a Morgan a un combate, del que Tristán resultó vencedor y, de ese modo, recuperó sus tierras, que dejó al cuidado de Kurvenal para poder partir de nuevo a Cornualles. Allí estaban desesperados porque el rey de Irlanda había enviado al gigante Morold para que se hiciera el pago que exigía: 300 hombres jóvenes y 300 doncellas. Tristán lo retó a un combate que tendría lugar en la isla de Saint Michel. Antes de que la contienda comenzase, Tristán dejó que el mar se llevase su barca, ya que sólo uno de ellos saldría con vida. Horas después, los habitantes de Cornualles distinguieron una barca con velas púrpura, y creyeron que era Morold quien había vencido, pero en realidad, era Tristán, que había resultado victorioso, aunque malherido por la espada de Morold.
La herida empeoraba día a día, y ningún médico o curandero de la corte era capaz de hacer que sanase. Tristán pidió entonces que lo abandonasen con su arpa en una barca sin remos ni velas. Navegó a la deriva hasta que unos marineros irlandeses oyeron la melodía del arpa y lo llevaron a tierra. Pidieron rápidamente ayuda a la sabia Isolda, ahijada de la reina, para que curase a Tristán, quien, al estar en Irlanda, ocultó su nombre y se hizo pasar por un bardo llamado Tantris. Tras recuperarse gracias a las artes de Isolda, regresó a Cornualles.
La elección del rey Mark
Los miembros de la corte del rey Mark presionaban al monarca para que se casase y tuviese un heredero. Tras el tiempo pactado, el rey todavía no sabía a quién tomar por esposa. Por casualidad, vio dos golondrinas por la ventana, que se asustaron y salieron volando, dejando caer un mechón de pelo de mujer, brillante y rubio como el oro. Mark anunció que sólo contraería matrimonio con la dueña de aquel cabello. Tristán recordó a Isolda, y prometió volver a Irlanda para pedir su mano en nombre del rey Mark y llevarla sana y salva hasta Cornualles.
Llegaron a las costas de Irlanda haciéndose pasar por mercaderes ingleses. Allí reinaba el miedo entre los aldeanos, ya que un dragón horrible rondaba cerca de la ciudad y destruía todo a su paso. El rey había ofrecido la mano de Isolda a quien matara al dragón, así que Tristán se preparó para el combate, del que ningún caballero había salido con vida. Tras un gran esfuerzo, logró acabar con el. Después, le cortó la lengua y la guardó. Exhausto, se arrastró hasta la orilla de un río, donde perdió el conocimiento. 
Poco después, Tristán fue encontrado por una comitiva real, entre la que se encontraba Isolda, quien, junto con sus damas, lo curó y reanimó. Isolda, mientras cuidaba de él, descubrió que la espada de Tristán estaba rota, y que el fragmento restante coincidía con el que había quedado clavado en el cráneo de Morold, el mensajero de la corte. Decidió que debía hacer justicia y asesinarlo mientras dormía, pero, justo cuando estaba a punto de hacerlo, Tristán despertó y le declaró que su vida le pertenecía, ya que se había salvado ya dos veces gracias a sus cuidados. Isolda se ablandó y decidió pensar en él sólo como el asesino del horrible dragón. 
Junto con los caballeros de la corte de Cornualles que lo acompañaban, Tristán se presentó y ofreció la lengua del dragón. Después, desveló el propósito de su visita y pidió la mano de Isolda no para él, sino para el rey Mark. Isolda se entristeció porque no le gustaba la idea de casarse con un desconocido, por lo que su madre, que no quería que su hija sufriese un matrimonio sin amor, preparó una pócima mágica de amor y se la entregó a su hija. Le explicó que debía tener cuidado, porque quienes lo bebieran se amarían por siempre.
El enamoramiento
Comenzó el lento viaje a Cornualles. Isolda escondió el filtro de amor. Tristán, para pasar las horas, tocaba el arpa y cantaba todas las canciones e historias que conocía. En un momento dado, le pidió a Isolda bebida, pues tenía sed. Ella, sin darse cuenta, vertió en la copa la pócima. Bebió un poco y le entregó el resto a Tristán. Un apasionado e inagotable amor invadió sus corazones. Decidieron que debían cumplir su deber y luchar contra aquella pasión, y el viaje se convirtió en un suplicio. 
En Cornualles, el rey Mark les recibió con bendiciones y honores, y poco después se celebró la boda. Isolda no era feliz, pero Mark la amaba sinceramente. En la corte, las miradas entre Tristán e Isolda pronto crearon rumores y, un día, algunos le comunicaron al rey que Tristán era el amante de Isolda. Mark los acusó de felonía y conspiración, pero se ocupó de vigilar todos los movimientos de su esposa y Tristán. Un día, solicitó la presencia de Tristán y le pidió que se fuera y no regresase jamás a Tintagel, ya que era el único modo de calmar sus sospechas. 
Tristán no fue muy lejos, y se mantuvo en contacto con Isolda. El rey Mark se enteró de sus encuentros y, una noche, se agazapó en el jardín, a la espera de que Tristán apareciera. Tristán, que se había percatado de la presencia del rey, actuó con naturalidad, al igual que Isolda. Tristán le dijo a ella que aquella visita era sólo para que intercediese por él ante Mark, ya que deseaba regresar al castillo y recuperar el cariño del rey. Isolda, por su parte, lo reprochó por haberse citado con ella, ya que eso la exponía a un gran peligro: temía que si el rey se enteraba de aquel encuentro, moriría.  Por último, se negó a ayudarlo ya que eso confirmaría las mentiras de sus enemigos, que habían emponzoñado la mente de Mark.
Una segunda oportunidad
El rey Mark aceptó de nuevo a Tristán en el castillo, pero un barón lo descubrió poco después con Isolda. Varios nobles dijeron al rey que si él no estaba dispuesto a poner freno a aquello, lo harían ellos mismos. Mark aceptó y juntos prepararon un plan para descubrir a los amantes: de noche, el rey, que había ordenado esparcir harina alrededor de la cama de Isolda, anunció que se ausentaría durante unas horas. Tristán se dio cuenta de la presencia de la harina, así que, de un salto, llegó hasta su amada sin dejar sus huellas en el suelo. Cuando oyó que el rey se aproximaba, volvió a dar un salto, pero olvidó que una herida en su pierna sangraba. La harina estaba llena de sangre, al igual que las sábanas, así que no había forma de negar su amorío con Isolda. 
El rey no tuvo piedad y, tras enviarlos a prisión, los condenó a la hoguera. Tristán consiguió escapar. Volvió y rescató a Isolda cuando estaba siendo conducida a las llamas y juntos se escondieron en el bosque de Morois, donde consiguieron ocultarse y sobrevivir hasta que un guardabosque descubrió su escondite.  El guardabosque le contó al rey Mark y a nadie más lo que había visto. Al día siguiente, Mark se dirigió al lugar que le había sido descrito. Durante el camino recordó que habían sido los dos seres más amados para él, pero decidió que castigaría aquella deshonra. 
En la cabaña los encontró dormidos, separados por una espada. Sintió piedad al verlos desprotegidos y resolvió dejar una prueba de su presencia. De la mano de Isolda retiró un anillo que él le había regalado, y colocó en su lugar uno que ella le había regalado a él. Cambió la espada que los separaba y puso la suya entre ellos. Después, se alejó.
Al comprender el mensaje de Mark, Tristán entregó a Isolda, quien juró amor y fidelidad al rey, y abandonó Cornualles para siempre. En Gales, Tristán encontró refugio y recorrió diferentes reinos y ducados. Dos años después de su llegada, aún no había recibido ningún mensaje de Isolda, por lo que creyó que ella lo había olvidado. 
Exilio de Tristán
En Bretaña, ayudó al duque Hoel, en el castillo de Carhaix, a resistir al ataque del conde Riol. Una vez el conde fue derrotado, Hoel, como muestra de su agradecimiento, le concedió la mano de su hija, Isolda Blancasmanos, quien se había enamorado de él. Tristán aceptó el matrimonio por gratitud, pero no podía olvidar a Isolda de Cornualles y trató a su esposa con frialdad, lo que hizo que el hermano de ella, Kaherdin, sospechase de Tristán. Para ahogar su pena, Tristán se entregaba a los combates, hasta que resultó herido y envenenado. Nadie, ni siquiera su esposa, era capaz de dar con la cura, y Tristán empeoraba sin remedio. Tristán se dio cuenta de que sólo Isolda de Cornualles podría hallar una cura para el veneno que había tomado por completo su cuerpo, y consiguió que Kaherdin fuese a solicitar su ayuda. Su esposa no debía descubrir aquello, y Kaherdin prometió izar una vela blanca si traía a Isolda. Si no la traía consigo, izaría una vela negra. Sin que ellos lo supieran, Isolda Blancasmanos estaba al corriente de aquel pacto.
Venganza de Isolda Blancasmanos y muerte de los enamorados
Isolda de Cornualles aceptó auxiliar a Tristán, a quien nunca había olvidado. Durante el viaje, una tempestad hizo que se retrasasen. Mientras tanto, Tristán esperaba desesperado y cada día miraba al mar para ver si era capaz de distinguir algún barco y el color de sus velas. Isolda Blancasmanos, que deseaba vengarse de Tristán, le anunció que un navío había llegado con la cura para su mal. Cuando Tristán le preguntó por el color de las velas, ella ocultó que eran blancas y le dijo que eran negras. Al oír aquello, todas las esperanzas y energías que mantenían vivo a Tristán lo abandonaron.
Los lamentos por la muerte de Tristán fue lo primero que recibió a Isolda de Cornualles al llegar a tierra. Con desasosiego, se dirigió rápidamente al  castillo donde encontró el cuerpo de Tristán sobre una cama. Isolda Blancasmanos había enloquecido al darse cuenta del daño que había causado. Isolda de Cornualles se tumbó junto a Tristán y, mientras lo abrazaba, murió junto a él. 
Los cuerpos fueron llevados hasta Cornualles, donde fueron separados y sepultados en diferentes tumbas. Del sepulcro de Tristán creció una enredadera que llegó hasta la tumba de Isolda, su gran amor. Mark ordenó que la cortasen, pero cada día volvía a crecer. El monarca, entonces, prohibió que esa enredadera se cortara, ya que era símbolo de un milagro de amor.

6 comentarios:

  1. Un trabajo magistral!!

    me quito el sombrero,

    eljardindemiduende

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  2. Me encanta esta leyenda, que puede ser catalogada perfectamente como mito. Sí, la materia de Bretaña ha sabido extraer la esencia del paradigma mítico de los amantes malditos. Creo que Markale, gran especialista en este terreno, escribió de hecho un libro con este título. Hasta que descubrí la mitología irlandesa creía que este tipo de contenido y estructuras narrativas eran patrimonio casi exclusivo de las historias "artúricas", pero lo cierto es que nada como los relatos de la Verdeante Isla para dar con amores imposibles (recomiendo la historia de Deirdre y Noise, o mejor aún, la de Etaine, seguramente mi favorita). Pero volviendo a la leyenda de Tristán e Isolda, ¡qué hermoso pasaje, pleno de simbolismo, el referente al "filtro" de amor! Aunque ha habido quienes, bajo una mentalidad histórica distinta, influida por el racionalismo alfabetizado, no llegó a entender su significado: "Nunca bebí del filtro que envenenó a Tristán; pero más que a él, me hace amar corazón puro y recta voluntad. Y tengo mejor merecido el premio, ya que nada me ha obligado, sólo he creido a mis ojos, gracias a los cuales he entrado en un camino del que ya no saldré ni me volveré atrás". Por lo demás, me agrada encontrar en esta leyenda la presencia de dos personajes con idéntico nombre (las dos Isoldas), muestra inequívoca de aquello que más pertenece al mito en cuanto a su génesis: la variabilidad y recurrencia que viene a ejercerse sobre los mismos esquemas, estructuras y/o mitemas. Y qué humor negro el de Mallory, cuando nos recuerda que Isolda la de las Blancas Manos, por preferencia de su marido (Tristán), ignoraba por completo los placeres del contacto carnal, dando por supuesto que la consumación del matrimonio consistía tan sólo en besos y caricias. En fin, Nienor, me alegra seguir comprobando que compartimos el gusto por los mismos mitos y leyendas. Buena elección y buena entrada. Un saludo. Peredur.

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  3. Conozco la historia, con alguna diferencia. Quien recibe la pocima es Brangel, doncella de Isolda (tambien llamada Iseo). Tristán e Iseo la beben por descuido de Brangel, que se queda dormida.
    Interesante un blog dedicado a los mitos.

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    1. Yo también había leídola versión sobre la doncella.
      Gracias por el comentario!

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  4. Ya decía Lévi-Strauss, Demiurgo de Hurlingham, que en el campo de la mitología no hay versión buena, originaria, y versiones alteradas. Todas ellas son el mismo mito (en su conjunto) y todas ellas se comunican entre sí. Por ello me agrada enormemente la sección de la duplicidad de Isolda, pues convierte a esta pieza de la memoria colectiva en un cruce de caminos de innúmeras voces a lo largo del tiempo. La leyenda de Tristan e Isolda se ha preservado en varias fuentes, entre las que pueden ser citadas, por mencionar algunas, la versión de Beroul y la de Mallory. Creo que para allanar el camino la lectura del librito de Carlos García Gual "El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo XII" podría ser una magnífica elección. :-D Un saludo. Peredur.

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